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Los logros del activismo femenino, que se inició con la lucha por el derecho al voto, pero no se circunscribe a él, han fortalecido el debate de las últimas décadas en cuanto a lo que se ha llamado lenguaje sexista. Para precisar los alcances del feminismo en sus más de cien años de actividad continua, se parte de la búsqueda del derecho a elegir y a ser elegida, cuya primera referencia en Occidente se encuentra a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos y se va concretando en otros países de América y Europa hasta llegar a 1948, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos hecha por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la “Convención sobre los derechos políticos de la mujer”, adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1952 y vigente desde 1954.
Como se dijo al principio, la labor del feminismo no se ha limitado a los derechos políticos, sino que ha ido más allá. La consecución del voto fue, sin duda, un paso significativo que se fortaleció con otros logros como el acceso de la mujer a la educación superior, el ingreso a la vida laboral y el ejercicio de sus derechos civiles.
Todos estos cambios han contribuido a transformar la participación de la mujer en múltiples espacios, lo cual no sólo ha impactado los ambientes de producción económica e interacción social, sino que ha influido en los cambios culturales y, en especial, en el lenguaje. En este sentido, cabe aclarar que, como lo ha expuesto la Real Academia Española (RAE) en múltiples ocasiones, las novedades que se registran en el uso del español no obedecen a decisiones internas sino al análisis de la transformación que determinan los hablantes.
Bien lo dice la RAE en el Diccionario panhispánico de dudas (2005): “La norma surge, pues, del uso comúnmente aceptado y se impone a él, no por decisión o capricho de ninguna autoridad lingüística, sino porque asegura la existencia de un código compartido que preserva la eficacia de la lengua como instrumento de comunicación”. En efecto, la RAE recoge los usos de la lengua y establece las normas considerando la prevalencia que marca el habla que, como se sabe, es un acto individual. Por ejemplo: ¿Por qué se eliminó la b en la palabra oscuro?, ¿por qué se suprimió la doble e en remplazar?, ¿por qué si originalmente álgido era un término médico que refería un estado en el que la persona sentía mucho frío, hoy se usa con el sentido de “momento crítico o culminante”? Muy sencillo: porque situaciones de diversa índole llevaron a que las personas, en el uso corriente de la lengua, fueran realizando esos cambios hasta que se impusieron. Claro, no son algunas personas ni el uso es esporádico. Esos cambios deben mantenerse en el tiempo y estar presentes en el lenguaje de vastas comunidades. Y es lógico que así sea para que la norma tenga un respaldo contundente.
Ahora, es necesario reconocer aquí tres elementos: la lengua, el lenguaje y el habla. La lengua es el conjunto de signos y reglas que utilizamos para comunicarnos, mientras que el lenguaje es la capacidad humana para expresarse a través de esos signos. En cuanto al habla, dice la RAE que es el “acto individual del ejercicio del lenguaje”. Con estos tres elementos, lengua, lenguaje y habla, pasemos al tema que nos ocupa: el sexismo en el lenguaje.
Sexismo de discurso
El sexismo de discurso es el producto del uso que se hace de la lengua y que es discriminatorio en términos de género. La RAE ha sido categórica al afirmar que no es la lengua la que incurre en sexismo: “… tal sexismo y misoginia no son propiedades de la lengua, sino usos de la misma”. Por lo tanto, “No se corrigen mejorando la gramática, sino erradicando prejuicios culturales por medio de la educación”. En efecto, la discriminación a la mujer ha abarcado múltiples ámbitos que van desde lo laboral hasta lo familiar, pasando por las instancias políticas y sociales y por los mensajes de la publicidad que la han encasillado en papeles que subestiman sus alcances intelectuales y personales, o que le adjudican tareas que bien pueden realizar todas las personas, no ellas exclusivamente.
Por ejemplo, la RAE aclara que si en las definiciones de cargos que aparecían en el diccionario hace veinte y más años se hacía referencia exclusivamente al género masculino en casos como los de ingeniero, médico, arquitecto, abogado, era reflejo de la situación que el mundo estaba viviendo en ese momento y que mantenía a las mujeres por fuera de esos cargos. Fue precisamente el hecho de que las mujeres empezaran a graduarse profesionalmente en carreras que en otro tiempo ejercían los hombres, o que asumieran cargos directivos reservados a ellos, lo que impuso la necesidad de incluirlas en las definiciones como agentes activos. Así, se ha pasado del punto en el que la presidenta era “la mujer del presidente” (1992) a la realidad de hoy, en la cual la presidenta es quien ejerce tal cargo.
A propósito de este último ejemplo, cabe aclarar que las palabras presidente y gerente, entre otras, tienen sus formas femeninas válidas, pese a algunas afirmaciones según las cuales la terminación –ente se refiere a quien ejecuta la acción, indistintamente del género gramatical. Por lo tanto, es absolutamente válido usar los sustantivos femeninos presidenta y gerenta. A este respecto, la Fundéu (2011) hace una aclaración bastante pertinente:
Nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede, impide que las palabras que se forman con este componente tengan una forma para el género femenino. Las lenguas evolucionan y en esa evolución se transforman. Estos cambios se deben a muchas causas, algunas son causas internas (evoluciones fonéticas, por ejemplo); otras son externas, el contacto con otras lenguas o el cambio en las sociedades que las hablan. Para que una lengua tenga voces como presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran explícitamente expresar que las mujeres presiden. Si esas dos circunstancias se dan, ninguna supuesta terminación, por muy histórica que sea su huella, frenará el uso de la forma femenina (pregúntese el lector por qué no se han levantado voces contra el uso del femenino sirvienta). Pero es que, además, en el caso de este infijo concreto, la historia de nuestra lengua y la de las lenguas que la precedieron pueden llegar a avalar el uso de voces como presidenta, pues al hilo de esta explicación parecen ser menos conservadoras que la variedad actual.
En cuanto a la práctica de desdoblar el género (“Los alumnos y las alumnas se veían cansados y cansadas”), la RAE ha reiterado en numerosas ocasiones que tales usos son contrarios a la economía del lenguaje. Sin embargo, sí alienta el remplazo de palabras que pueden sonar excluyentes del género femenino en ciertos contextos, como cuando se habla del “origen del hombre”, pudiendo referirse al “origen de la humanidad”. Hay numerosos casos en los que la palabra hombre puede remplazarse por persona o ser humano.
Ahora, no se trata de ir remplazando toda alusión al género masculino con el propósito de realzar el femenino, sin reconocer el contexto y sobre todo la intención, el sentido mismo de lo que se dice. Como ejemplo, la RAE presenta estas dos oraciones en las que no se hace justicia al mérito de una mujer cuando se deja todo en femenino:
―Margarita Salas ha sido uno de nuestros mejores científicos.
―Margarita Salas ha sido una de nuestras mejores científicas.
Si se quiere decir que Margarita Salas ha sido de lo mejor que ha habido entre científicos y científicas, queda mucho mejor la primera oración que la segunda.
En este análisis es necesario referirse al caso de los sustantivos epicenos, que son aquellos que no varían según el género. Por ejemplo, víctima, artista, periodista, pianista, prójimo, ídolo, testigo. Un hombre es víctima, artista, periodista; una mujer, ídolo, prójimo, testigo. Cuando se hace referencia al prójimo se incluye a todas las personas. No hay necesidad de desdoblar estas palabras.
Por último, vale considerar la diferencia que hay entre el habla y la escritura. La primera es más flexible, precisamente por ser espontánea y depender del contexto en que se desarrolla. La escritura exige más formalidad. Y en el campo académico, no tiene discusión. Así que, si en una presentación ante un auditorio se saluda a “todos y todas”, no sólo es válido, sino que puede resultar cálido y amable. No sucede igual en un texto escrito, por cuanto debe respetar las normas establecidas tanto para que sea comprensible como para que sea ameno leerlo. En este sentido, la economía del lenguaje es esencial.
En conclusión: no hay por qué referirse a que una mujer es “arquitecto” o “ingeniero”, “médico” o “profesor”, “juez” o “presidente”, dado que la RAE ya ha incorporado las formas femeninas de estas ocupaciones. Incluso en el caso de “presidenta”, que tanta resistencia ofreció al principio por una mala interpretación gramatical de la formación de sustantivos terminados en –nte como cantante (el que canta), presidente (el que preside).
Recomendaciones
Con base en las consideraciones anteriores, la Asociación Colombiana de Facultades de Ingeniería (ACOFI) presenta las siguientes recomendaciones acerca del lenguaje inclusivo, no sexista, respetuoso de los principios gramaticales de economía del lenguaje.
- Usar preferiblemente el lenguaje impersonal, en el cual no hay un sujeto concreto: “Se debe continuar la obra pese a las dificultades”; “Hay que reconsiderar las medidas de seguridad”.
- Usar genéricos universales y sustantivos colectivos: gente, humanidad, ciudadanía, la especie humana, el género humano, la juventud, el profesorado, la dirección, la presidencia, la gobernación, la coordinación, el personal, la comunidad.
- Usar las formas femeninas de las profesiones y cargos: ingeniera, arquitecta, abogada, jueza, alcaldesa, presidenta.
Referencias
Fundación del Español Urgente (Fundéu). (2011, 7 de abril). Presidenta, en femenino: es correcto. https://tinyurl.com/2pjt3y9c
Real Academia Española (RAE). (2020). Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas. Madrid: Real Academia Española. https://www.rae.es/sites/default/files/Informe_lenguaje_inclusivo.pdf
Elaboró
Cristina Salazar Perdomo, comunicadora social y periodista. Máster universitario en Comunicación Social de la Investigación Científica.
[i] “La Fundación del Español Urgente —Fundéu BBVA— es una institución sin ánimo de lucro que tiene como principal objetivo impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación. Nacida en el año 2005 fruto de un acuerdo entre la Agencia Efe y el banco BBVA, trabaja asesorada por la Real Academia Española”.